La historia de Plomo Plomín
Plomín era un hermoso gato alfa que, al morir su primera ama, quedó viviendo en los techos del vecindario. Era el dueño de un territorio enorme. Sus numerosas peleas defendiéndolo lo dejaban triunfante, pero lleno de heridas y se venía a mi patio rebosante de árboles y plantas a descansar, a protegerse del frío o del calor y para recuperarse. A los dos o tres días volvía a sus andanzas.
Así pasaron los años hasta que gatos más jóvenes empezaron a disputarle el territorio. Cada vez las heridas se veían más terribles. Recuerdo el día que llegó con una fea lesión en la cabeza y temí que perdiera uno de sus hermosos ojos… Venía en tan malas condiciones que logré algo imposible en otras circunstancias: ponerlo en la caja transportadora y llevarlo a la veterinaria.
Tras curarlo, la doctora me recomendó operarlo y así lo hicimos. Al darlo de alta, me advirtió que era probable que Plomín volviera a los techos, pero, me dijo: “si es inteligente” se va a quedar en tu patio. Al llegar a casa, le abrí la caja transportadora. Levantó la cabeza, olfateó el aire y partió con paso seguro a la escala que lleva al segundo piso. Subió, entró a mi dormitorio y, ni tonto ni perezoso, se instaló en mi cama.
Desde ese día se convirtió en mi fiel compañero: dormía acurrucado a mis pies, se ponía delante del escobillón al barrer, debía arrastrarlo por el parquet y “barrerle” la panza para que me dejara continuar. Caminaba a mi lado hasta el almacén de la esquina cuando salía a comprar el pan o alguna verdura; me seguía dos cuadras hasta el paradero del colectivo cuando debía salir al centro y, al volver, lo veía encaramado en una pared de una casa cercana esperándome para “acompañarme” caminando por los techos en el regreso a casa. Al llegar, se desaparecía medio minuto para aparecer triunfante por la puerta que da al patio de la casa.
Esta es la historia de PlomoPlomínPlumón, un hermoso gato alfa gris que me eligió como su familia humana para llenar mi vida de ronroneos y su permanente compañía.