Llegó el verano del año 2000 y nuestra gata Lucía había desaparecido. Su pérdida fue doblemente triste, porque había dejado dos gatitos de pocas semanas sin mamá. Jamás la culpamos a ella, supimos desde el primer momento que algo le había pasado. Los gatitos habían quedado huérfanos, justo cuando más necesitaban de su mamá. Era necesario que una gata los amamantara. Nosotros sabíamos que era malo darles leche común, pero había que alimentarlos de alguna manera. De pronto nos sentimos des-esperados porque la situación de los gatitos era crítica. Por suerte, estos habían nacido en una buena época del año y no pasaron frío.Un día vimos a una gata blanca con manchas amarillas bajar al jardín. Por un momento pensamos que se trataba de la desaparecida Lucía, pero esta era una gata distinta, aunque adulta. Nos costó que confiara en nosotros, pero con cariño y alimento accedió. Al poco tiempo nos dimos cuenta que la nueva gata no maullaba, solo se limitaba a abrir el hocico para maullar, sin emitir sonido alguno. Probablemente estaba muda, pero no sorda, porque pareció entendernos cuando le hablamos. Decidimos ponerle Akira, pensando en algún nombre de origen japonés. Curiosamente, Akira se acercó a los gatitos huérfanos y poco a poco estos entendieron que podían buscar cariño y abrigo.